lunes, 9 de julio de 2007

La hipocresía de Rosario Green


Durante la semana pasada se reunieron en La Habana miembros de los congresos mexicano y cubano. El objetivo es recuperar los lazos que se cortaron durante el gobierno de Vicente Fox, época famosa por episodios como “comes y te vas”, o el retiro del embajador cubano de la sede diplomática en México.
Estos diputados y senadores seguro no perderán la oportunidad de visitar Tropicana, comer en algún paladar y acostarse con una mulata, o una rubia, la especie que vuelve locos a los mexicanos cuando van a la isla, y así digamos, estrechar todo tipo de lazos.
Se hablará de varios asuntos, pero como dejó en claro ayer la senadora priísta Rosario Green durante el noticiero Hoy por Hoy de Carmen Aristegui “el tema de los Derechos Humanos no se tocará porque es algo viejo”. Al oír esto uno se pone a pensar, entonces en México no se debe hablar de los desaparecidos del 68 y de las mujeres violadas en Atenco. Todo es es viejo, solo lo importa lo que ocurra hoy.
Semejante declaración de una persona que es muy importante para el Partido Revolucionario Institucional, me parece algo muy triste. Lo primero que hice fue encabronarme al oir esta declaración. Luego un amigo me recordó que ella fue la misma que criticó hace unos años al mismísimo Fidel Castro cuando dijo que los niños mexicanos conocían mejor a Mickey Mouse que Benito Juárez.
Para justificar de alguna manera el comentario de Green solo queda pensar en que es lo suficientemente camaleónica para adaptarse al interés del momento. O curiosamente, se está tan volviendo tan vieja y senil que debemos olvidarla, como ella precisamente dice que debemos olvidar el tema de los derechos humanos porque son viejos.
Qué fácil señora Green es admirar al comunismo de Fidel Castro cuando se vive en Las Lomas, Polanco o San Ángel; se tiene un chofer, una American Express y la posibilidad de ir un fin de semana a París, el siguiente a La Habana y al otro a Madrid. Así cualquier puede ser comunista.
Pero le recomiendo ampliamente que se quede viviendo en un barrio de Centro Habana, con el poco arroz, frijoles y suplemento de carne que le llegue por libreta, luchando para resolver cucs (una especie de moneda equivalente del dólar, no peso cubano, que se usa para comprar en la isla) y lidiando con los apagones de varias horas. Olvídese de los tintes que tanto presume y del manicure de calidad en un gran salón: las canas y los pellejos serán orgullosos indicadores de su origen.
Alejémosla de las joyas y trajes sastres que usa en los eventos de embajadas y que lució cuando promovió en televisión la campaña presidencial de Roberto Madrazo. Pongámosle una licra y un top para que se vaya a jinetear a la Quinta Avenida. Olvídese de sus cremas antiarrugas, los tratamientos relajantes y el spa quincenal.
Cambie su carro y al chofer por una guagua. Échese la cola en cualquier parada de La Habana. Sentirá los empujones, la peste adentro producto del sudor del caribe acumulado en pocos metros cuadrados.
Y lo mejor, cambie la libertad que tiene de decir todas las sandeces que salen por su desgastada lengua, acompañadas de alguna que otra buena idea, por la restricción de no poder aparecer en la televisión diciendo una idea opuesta a la del gobierno cubano. Conviértase por un domingo en una de las Damas de Blanco y recorra la Quinta Avenida acompañada por otras señoras. Recuerde a su esposo, que por estar en desacuerdo con el régimen fue a parar a la cárcel, o al sobrino que se le murió en una improvisada embarcación tratando de llegar a Estados Unidos. Y cuando abra los ojos prepárese para recibir los escupitajos y empujones de personas que las acusan de anticomunista, traidora y mentirosa. Le aseguro que cuando vea la saliva de tantas personas en la piel de su rostro pensará dos veces cómo usar la suya.

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